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Diáspora

27/09/2017

Simplificando, la palabra «diáspora» viene a significar dispersión. Con tal denominación se conoce a la dispersión del pueblo judío que, por lo que se sabe, empezó hace ya muchos siglos y que, en cierta medida, se remedió a mediados del siglo XX con la creación del estado de Israel. Pero también con la denominación «diáspora» se conoce a la dispersión por diversos países de personas pertenecientes a determinados pueblos o a determinados grupos étnicos o naciones.

Así, se conoce como «diáspora vasca» a los vascos que, por diversos motivos, salimos un día de Euskal Herria y vivimos en otros lugares del mundo; también se incluye en el citado concepto a sus descendientes (si continúan viviendo en los otros lugares), en el entendido de que los afectados (los que salieron y sus descendientes) mantengan el sentimiento de vasquidad; o sea, que se sigan considerando vascos aunque tengan la nacionalidad que les corresponda por su país de residencia.

Pues a mí, que salí hace ya unos 35 años de Euskadi para, por razones profesionales, afincarme en Madrid, y que, como no podría ser de otra manera, me sigo considerando vasco, no me gusta que me incluyan en el concepto «diáspora». Me explicaré.

Primero hay que repasar los motivos históricos que llevaron a muchos vascos a abandonar su lugar de procedencia y hacerse sitio en otro lugar. Es muy variado. A mí no me gusta indagar en estas cosas de la Historia, por eso, cuando necesito alguna información de los tiempos pasados consulto la Wikipedia y, sin dar por bueno lo que leo, me limito a tomar nota. Lo que he leído es que los vascos emigramos (me estaba resistiendo a emplear este verbo) por diversas razones. Las principales:

  • Empujados por la violencia (los de Iparralde, desertores del ejército francés; los de Hegoalde, por efectos de la guerra civil de España y por las amenazas de ETA).
  • Por razones económicas, como fue el caso de los que se instalaron en muchos de los países del continente americano.
  • Por vinculaciones, digamos, castrenses (incorporación a los ejércitos españoles o a la conquista y colonización de América).
  • Y por otras variadas razones —como pasa con los ciudadanos de cualquier país—, incluidas las razones sentimentales, o sea, el amor (en esto, al menos los de Bilbao —por lo poco que se ha ligado en la Villa—, puede que hayamos destacado).
  • Además, está mi caso, que es representativo del de muchos vascos que conozco en Madrid: por ampliar las expectativas profesionales o, lo que es igual, por mejorar las condiciones laborales.

Resumiendo, se podría decir que los vascos hemos emigrado por dos razones básicas: las guerras y la economía. O sea, como la mayor parte de los migrantes de cualquier otro país del mundo en cualquier tiempo (incluido el actual). En esto, creo que no hemos sido nada originales. Hemos sido, simplemente, emigrantes, no «diasporeros».

Lo de los judíos parece que fue más serio; por eso creo que se merecen la propiedad, por no decir exclusividad, de la marca «diáspora». Ahora bien, reconozco que la palabreja que nos ocupa resulta útil y queda muy bien, sobre todo en los discursos oficiales, es decir, en boca de los políticos. Si no, tendrían que llamarnos ‘emigrantes’, que, aunque podría ser más apropiado, me parece peor.

En cualquier caso, no me gusta que me incluyan —a través de una denominación— en colectivos, máxime si son tan ambiguos y heterogéneos como puede ser el formado por los vascos que vivimos fuera de Euskal Herria: unos del Athletic, como es mi caso, y otros de otros clubes; unos altos y otros no tanto; unos con pasta y otros tiesos; unos de derechas y otros de izquierdas; unos jóvenes y otros carrozas… En fin, como en cualquier grupo humano numeroso, entre los vascos del mundo mundial habrá de todo. Pero, además, nuestras circunstancias —la principal, nuestro país de residencia— son también muy diferentes, por lo que nuestros problemas, intereses y el entorno también lo son. Por eso, creo que al etiquetarnos a todos con la misma denominación, se está haciendo un flaco favor a la riqueza de nuestra tradicional diversidad. Es como si, agrupándonos, se nos quisiera proteger. Pues no, yo no quiero; creo que si nos etiquetan, dejamos de ¡ser la hostia!

Así que habrá quedado claro que me muestro radicalmente en contra de la etiqueta; me parece un improcedente recurso retórico y una apropiación indebida (es de los judíos). Por tanto, sugiero que los del Gobierno Vasco (que son los que la utilizan más), cuando quieran referirse a nosotros, digan «los vascos de otras partes del mundo» o «los vascos que viven fuera», que no cuesta mucho. ¡Yo no soy ni quiero ser de ninguna diáspora! ¡Que no me incluyan! Como mucho, soy vasco… ¡y ya vale!

En todo caso, recomendaría a Euskaltzaindia que inventara un neologismo para referirse a nosotros; emigratzaile no suena muy bien.



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Julio Elejalde Gainza

Julio Elejalde Gainza

Dice que solo utiliza el verbo “ser” en primera persona cuando habla de Bilbao o del Athletic (perteneció a su primer equipo juvenil). Lleva como 35 años  —media vida— viviendo en Madrid, donde disfruta, entre otras cosas, moviéndose entre el complicado tráfico con su “pepino” Honda 600, lo que, como suele decir, “le da vidilla”. Aunque se siente a gusto en Madrid, no ha perdido sus vínculos con el Botxo, al que, desde que está jubilado, visita prácticamente todos los meses —"para tomar unos potes y echar unos muses", dice— con escapaditas que compatibiliza con su actual tarea como vicepresidente y secretario de Euskal Etxea de Madrid, a cuya junta directiva pertenece desde hace más de una década, si bien desea dejar claro que firma esta columna a título personal. No le hace mucha gracia que le incluyan en el concepto «diáspora».

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