No hemos tenido o vamos a tener las celebraciones propias de estos días: ni Feria de Santo Tomás, no un Olentzero normal, ni las habituales comidas y cenas que nos acercan a amigos y familiares con la ilusión de un reencuentro descansado y cordial.
Toca recluirse porque el virus nos acecha: podemos ser contagiados o contagiar, y la mejor lección de humanidad en este tiempo cristiano que convoca a la vida es la de evitar la propagación del mal.
Han sucedido en este 2021 muchas cosas, junto a esta plaga global que nos aflige, políticas, sociales y económicas. Hace bien poco Nabarra y Euskadi con todos sus ríos desbordados, amplíaban el protocolo de colaboración, en 29 áreas, beneficioso para la ciudadanía, firmando el documento la presidenta Chivite y el lehendakari Urkullu.
Advertimos la presencia del consejero Mikel Irujo en el acto protocolario.
Es como si a los cuarenta años que estamos conmemorando de la muerte de Manuel Irujo (Lizarra, 1891 - Iruña, 1981) encontráramos su vital herencia en el formato de nuestra nueva política. Es darle razón a la reclamación que ocupó su vida y la vida de sus antecesores.
Su padre Daniel defendió como abogado a Sabino Arana Goiri, no solo liberándolo de la pena de cárcel, sino haciendo de su defensa un discurso de adelanto nacionalista.
Manuel Irujo, entre las múltiples facetas a recordar de su extensa biografía, fue ardiente defensor del Estatuto Vasco Navarro, redactado en el Congreso de Oñati, 1930, expuesto en la Magna Asamblea de Alcaldes en Lizarra, junto a Fortunato Agirre y José Antonio Agirre, 1931.
Aquel día, aseguraba el León de Nabarra, creyeron tocar con las manos el cielo.
Un año después fue derrocado por amañamiento de votos; cinco años después, Fortunato Agirre fue fusilado en Tajonar, y Agirre e Irujo se embarcaron en un exilio que duró demasiado, aunque para ellos, que lo trabajaron día a día en su esperanza, resultó fructífero.
Su testamento ha sido mas fuerte que la represión sufrida.
Hemos recordado la batalla de Noain, 1521, Junio 30, en que perdimos la independencia de nuestro Reino, después de diez años de lucha continua por recuperar lo que se nos quitó en la invasión de 1512.
No caímos en este 2021 en la trampa de enfrentamiento que algunos políticos intentaron...
Nos retiramos, como en un giro de dantza, según Jorge Oteiza el modo vasco de enfrentarse a la realidad, elegante y simbólico, y realizamos los actos con tranquilidad, honrando, no ultrajando, a los cinco mil nabarros que quedaron sin vida o mal heridos, tendidos en la campa salinera, con el nombre de Nabarra brotando amoroso de sus labios, como última voz que el viento ha trasmitido hasta nuestros días.
Se han publicado nuevos libros con la historia revisada de nuestro pasado.
Se han abierto archivos y bibliotecas para nuestra gente que quiere hurgar e investigar en el pasado y en la verdad de nuestra herencia.
Para los que quieren saber de quiénes somos herederos, pues importa conocer de dónde venimos para saber a dónde vamos o a dónde queremos ir.
Sin mentiras impuestas, sin represión interesada, dueños de nuestra verdad.
Es parte esencial de la Carta de los Derechos Humanos, 1948, que un diciembre 10, recordamos, fue redactada desde la reflexión amarga y horrorizada producida por la guerra mundial,1939-45.
En sus 30 artículos, destacamos los enunciados que declaran que los hombres, hoy diríamos mujeres y hombres, nacemos iguales en dignidad y con derecho a la vida, libres de discriminación, esclavitud, tortura, igualdad ante la ley...
En 2020 se añadieron articulados sobre la protección del derecho de acceso a información acerca de la COVID-19 y sus repercusiones.
Entre tantos libros publicados en este fin de año coincidiendo con Durangoko Azoka que, pese a las restricciones sanitarias, sigue operando para bien de todos, rescato inmodestamente el mio: Cartas desde la Libertad, editado por Alberdania.
Recojo en él en forma novelada epistolar, el trance de los alrededor de 800 pasajeros que ocuparon un barco: El Alsina.
Hace 80 años, 1941, enero 15, una ola de frio polar barrió Europa, la Francia ocupada dividida en dos por Hitler, llegando a nevar en Marsella, en cuyo puerto permanecía anclado el barco salvador.
Accedían a él una humanidad formada por judíos que huían del Holocausto a venir, de republicanos españoles encabezados por quien fue presidente de su 2ª República, Niceto Alcalá Zamora, que tras el golpe de estado de Franco, Mola y Sanjurjo, soportaron una guerra civil de tres años, 1936-39, en la defensa de su libertad.
Y el grupo de vascos, entre ellos los diputados Basterretxea y Monzon, Amezaga y Tellagorri, intelectuales y escritores, Teresa Agirre, hermana del Lehendakari, y su familia, exponente del valor de la mujer vasca en aquellas circunstancias límite.
Habían perdido la guerra de Euskadi, sus bienes materiales, su vida cotidiana, sus familias... estaban expuestos a la deriva de un mundo donde prevalecía el militarismo, la represión, la agresión, la muerte. Franco y su aliado Hitler amenazaban su existencia.
Pero dieron cara a la adversidad.
Como si fueran el verbo del poema del uruguayo Mario Benedetti: No te rindas: No te rindas/ Aún estás a tiempo/ de alcanzar y comenzar de nuevo/ Acepta tus sombras, entierra tus miedos/ libra el lastre, retorna el vuelo/ No te rindas que la vida es eso/ Continuar el viaje/ Perseguir los sueños/ Destrabar el tiempo/ Correr los escombros/ Y destapar el cielo/ Aceptar las sombras/ Enterrar tus miedos/ Librar el lastre/ Retornar el vuelo/...
No se rindieron.
Semejante lección de coraje recibimos sus hijos y herederos.
En este fin de año, frente al fuego de mi chimenea, rodeada de mi familia, de mis viejos libros, de mis canciones, voy recordando el valioso bagaje cultural de nuestro pueblo y me voy meciendo en la vieja canción que cantaban cada Gabon, sea en Argentina, Uruguay o Venezuela, donde me tocó vivir, hija que fui de su Exilio, para fortalecer el anhelo de regreso y progreso y recuperación del país ancestral. Hator, hator mutil etxera....