Por ese tiempo, preámbulo de la guerra de Cuba, que pondría fin al imperio español de ultramar, estaba al frente del gobierno central en Madrid, Práxedes Sagasta. Su ministro de Hacienda, Germán Gamazo, con ánimo equivocado, espíritu centralista y arrebato recaudador, decidió cortar lo poco que quedaba de autonomía fiscal a Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nabarra, perdidas las guerras civiles del S. XIX, pretendiendo hacer tabla rasa a cualquier excepcionalidad peninsular. Antonio Cánovas, presidente anterior de las Cortes, había intentado apañar el asunto en 1877, tras la la Guerra de los Cinco Años (1872-76) negociando desde Madrid un Concierto o Convenio económico que, sin gustar a la descalabrada por vencida Euskal Herria (muerta parte de su juventud en el campo de batalla, exiliados los demás, empobrecimiento general, epidemias agudizadas por los conflictos bélicos, etc...) lograba mantener tan mínima prebenda derivada de sus Fueros.
Hubo una fuerte reacción popular que comenzó en Gasteiz, siguió en en Bilbao y Donosti, donde hubo disturbios, se asentó en Nabarra con el rechazo unánime de pueblos, ayuntamientos y Diputación. Se manifestaron de forma pacifica pero multitudinaria, como la del 4 junio de 1893, en la Plaza del Castillo de Iruña. Allí, gentes de todos los estamentos sociales, vitoreando a Navarra y sus Fueros, respaldando ante el agravio con su protesta la gestión de su Diputación Foral. Al poco se publicó “El libro de honor de los Navarros”, con 120.000 firmas de hombres y mujeres mayores de edad (se estima la población de Nabarra por ese tiempo en unos 300.000 habitantes), disidentes a las pretensiones de Gamazo. El sentimiento popular era decidido, se hablaba de Paz y Fueros, y se renegó del cuartelazo del sargento López en Obanos, quien se levantó al grito de Viva Los Fueros. Fue apresado, logrando escapar vía Valcarlos. Hubo gente que le ayudo en su fuga pues estaban a favor de su protesta, aunque detestaron de su acción violenta. No querían mas guerras. Bastante había habido, todas perdidas.
Ese febrero de 1894 regresaban de Madrid, a la estación ferroviaria de Castejón, en el sur de Nabarra, a unos 108 Kms. de Iruña, las autoridades que habían expuesto y debatido el tema en las Cortes, usando la palabra como arma valedera en su debate histórico, aunque nada habían conseguido. Pero Nabarra entera estaba decidida a homenajearles por su valentía. Los Ayuntamientos marcharon a Castejón portando estandartes bordados, con el lema Paz y Fueros, a pie, en coche, en autobús y en tren. Vinieron gentes de las otros pueblos vascos; y de Bizkaia, en concreto, los jóvenes hermanos Arana Goiri, Koldo y Sabino, alojados en casa de sus amigos los Arantzadi Irujo en Iruña, personajes claves en esa alborada foral. Arantzadi Izkue iba pregonando aquello tan revolucionario de Dios y Fueros sin Rey, que Arana Goiri convertiría poco después, en Jaungoikoa eta Lege Zarra. Se preparaba un nuevo tiempo, con el toque de religiosidad, propia de su generación, para el país de los baskones, en aquella jornada de reivindicación.
La amista de Arana e Irujo venia de lejos: provenían de familias carlistas y exiliadas. En sus conversaciones, al calor del jubileo popular, decidieron llevar a la manifestación de Castejón, una insignia que los representara, y ya tenemos los colores de la futura Ikurriña. Juana Irujo, esposa de Estanislao Arantzadi Izkue, hermana de Daniel, bordó la insignia y las pequeñas escarapelas que prendieron en sus solapas. Poco después, en Bilbao, Sabino Arana Goiri, tras una serie de estudios y bocetos, daría forma a la Ikurriña, bandera vasca que se expandió por el país, hambriento de un símbolo común, también en los países americanos, donde se iban expandiendo las Eusko Etxeak, debido a la expatriación derivada de las guerras.
El jaleo popular era inmenso, aunque solo se lograría detener la orden de suspensión del régimen foral años después, con el comienzo de la guerra de Cuba, que obligó a Gamazo a dejar su Ministerio de Hacienda. Se cantaba en las calles, en las vías del tren, bajo el cielo despejado, el Gernikako Arbola del bardo Iparragirre, como himno nacional. Se celebro misa. La gente rodeaba a sus representantes animándolos a seguir en la lucha, aplaudieron frenéticos las palabras de Arturo Campion, político, historiador, poeta y escritor que les arengó un discurso del cual extraemos su esencia “..Aquí estamos los diputados nabarros cumpliendo la misión tradicional de nuestra raza, que tanto en la historia antigua como en la moderna y aún contemporánea, se expresa con el verbo resistir.. Aquí estamos escribiendo un capítulo nuevo de esa historia sin par que nos muestra a los baskones defendiendo su territorio, su casa, su hogar, sus costumbres, su idioma, sus creencias, contra la bárbara ambición de celtas, romanos, francos, árabes y efectuando el milagro de conseguir por luengos siglos su nacionalidad diminuta a pesar de todos...”
Se escuchaba, además, como fondo animoso de aquella extraordinaria expresión popular, el Paloteado de Monteagudo, de José Jarauta, agricultor, compositor, poeta, historiador, quien lo escribió para la ocasión. Era el Paloteado una escenificación con ribetes religiosos y rasgos cómicos, de sucesos puntuales, popular en la Ribera. Los danzantes, vestidos de blanco, llevan un palo en cada mano que van golpeando unos con otros, al compás musical. En este caso se refería a lo sucedido con Gamazo. Lo escribió en un cuaderno de 38 páginas, joya de nuestra bibliografía, rescatada para la Historia por Jimeno Jurío.
...Antiguamente Navarra / era un Reino independiente / de pagos y de soldados / y de otras cosas urgentes./ Desde mil quinientos doce / Navarra se "unió" a Castilla, / sin abandonar sus fueros, / así el "pacto" lo pedía./ La Navarra de aquel año / mucho fue lo que perdió, / pues perdió la Independencia, / prenda de inmenso valor./ Pues hay muchos pueblos en España / que trabajan con malicia / por que sea Navarra / como las demás provincias./ Pues si el Gobierno de España / sigue en sus pretensiones, / se tomarán en Navarra / serias determinaciones./ Con Monteagudo, Cascante, / Ablitas, también Barillas, / Olite, Tafalla, Estella, / Cortes, Buñuel y Murchante, / ¡formemos una guerrilla / para marchar adelante!/ Pues también se nos ofrecen / como si fueran hermanos / los valientes alaveses, / vizcaínos y guipuzcoanos. / ¡Vivan las cuatro provincias / que siempre han estado unidas, / y nunca se apartarán / aunque Gamazo lo diga!
¡Viva Navarra y sus Fueros!