Arrotxapea se fue construyendo extramuros de la ciudad fortificada, en principio por hortelanos, Hoy es barrio numeroso en población, aunque a principios del S.XX no era lo bastante crecido para las ambiciones del joven Guillermo Isidro Larregi Ugarte, quien decidió emigrar a Argentina.
Tras la guerra de Los Cinco años que ocupo al país de los vascos de 1872-76, muchos jóvenes decidieron la emigración por razones económicas y políticas: perdida la guerra se liquidó el Fuero, amparo de autogobierno, y se apagó la ilusión de vivir según la antigua costumbre de ser sin serlo, Reino de Navarra.
Había muchas vías y organizaciones para impulsar la partida de jóvenes al Nuevo Mundo que reclamaba población para su crecimiento a una Europa agobiada por conflictos tanto bélicos como sociales y económicos. Se prometía obtener —era la propaganda— en poco tiempo mucho capital.
Un 27 de noviembre de 1885 partió de Arrotxapea nuestro Larregi, posiblemente comprando su pasaje en una de las mafias que organizaban los viajes de los emigrantes, que apiñados en embarcaciones menores cruzaban el Atlántico con riesgo, y con riesgo se introducían en el Rio de la Plata, el Paraná Guazú de los indios, llegando con éxito de esa aventura a una Buenos Aires que comenzaba su espectacular crecimiento.
Se sabe poco de aquellos años en que trabajó de marino y peón, desplazándose al lugar que hizo su medio natural: la inmensa pampa, cuyos límites alcanza desde la ciudad cosmopolita hasta el sur antártico. Quizá el viento pampero, con sus ráfagas frías y tormentosas, le recordaba a Larregi el viento del norte que azotaba su lar natal desde las oquedades del Pirineo.
No sabemos de la intensidad de su nostalgia, inherente a todo inmigrante, ni del quehacer de todos los días que lo llevaron hasta sus 50 años. Solo sabemos del momento fundamental en que, reunido con otros vascos, quizá en un tambo donde cuidaban ganado —seguro que hizo de pastor, oficio propio de todo vasco en América—, quizá comentando de la inmensidad de aquella pampa —vocablo quechua para definir la llanura sin árboles en la que se encontraban— Larregi, bebiendo mate amargo y bajo la estrella del sur que alumbraba el camino infinito de hierba, decidió que podía atravesarla tan solo con sus pies y una carretilla.
Le sobraba coraje para afrontar semejante reto y mantenía la determinación necesaria para cumplir su palabra. No en vano en toda la República Argentina se reconocía que la Palabra de Vasco era cuestión que se cumplía, fiable en todos los actos, fueran comerciales o humanos.
Así empezó la aventura del Vasco de la Carretilla. Se agenció una que hoy nos parecería pesada, y equipaje: una tienda de campaña para dormir en las noches pampeanas, utensillios para facturarse comida, y ropa de repuesto. Y comenzó la andadura de los 22 mil kilómetros que completaron sus rutas en los veinte años que siguieron desde el día del acuerdo en la pulpería.
Como era su apuesta, no tenía nada más que ganar que cumplirla, así que no hubo dividendos ni ganancias económicas en el trajín andariego y solitario. No sabemos cuán largas le pudieron resultar las noches de su ruta bajo la tienda, ni tan siquiera en qué pensaba mientras trajinaba durante días por las trochas de hierba...
El Vasco de la Carretilla no hablaba de sí mismo, sino de su promesa de atravesar el mar pampeano a pie. Avisaba a las poblaciones de su llegada, así que lo recibían sus compatriotas con afabilidad aunque nadie se extrañaba del hecho en sí mismo.
Pues un vasco sabe qué es la soledad y se afirma en la acción para concretar sus empeños. Vive según una secuencia de responsabilidades a las que atiende y de las que no se desentiende, pues se ha forjado en la experiencia de la pérdida de la que no llora, sino que confronta.
Gastó cientos de zapatillas de cáñamo y arpillera que el gaucho, ese hombre libre de la pampa, aprendió a usar porque eran livianas para el trajinar, y cubrió su cabeza del sol y la lluvia con la boina que en su día hizo nacional Zumalakarregi, el que defendió el Fuero en la Guerra de los Siete años, donde hubo también que caminar senderos en aquella guerra de guerrillas que se libró en la sierra de Andia. Y su comida sería contemplada no tan solo como un débito al cuerpo, sino como un momento de reflexión parta mejorar la calidad de su vida trashumante.
Tres grandes recorridos hizo el Vasco de la Carretilla por Argentina, pero el último tuvo que ver con la añoranza que sin duda sintió de su río Arga a cuya orilla se levanta su barrio natal de Arrotxapea. Alcanzó las cataratas de Iguazú, allí donde de sus imponentes saltos de agua nacen los grandes ríos de la América del Sur.
El Vasco de la Carretilla habia envejecido, llegaba al final de sus años, y dejaba atrás llanuras de hierba, vientos pamperos... y buscaba en el refugio del agua profusa un poco el rumor amainado del nacedero del río Arga en Urkiaga, su rio natal, el que recorre Navarra y da humedad a sus bosques de robles y hayas.
Sintió quizás fatiga de sus marchas solitarias, la mayor de todas la de su emigración de Arrotxapea, restauración personal por cumplir la palabra empeñada, completado el ciclo vital que, sin ser lo mas importante, sin embargo dejaba estampada en la nueva Nación Argentina, la imagen de una de sus poblaciones, la vasca porfiada, que definía la vida como un reto.