Alejandro Martínez. Treviño compagina su labor en el País Vasco con su titularidad en la Orquesta Sinfónica de Malmö, en Suecia. Con la formación vasca acaban de publicar su primer álbum conjunto, en el sello Ondine y consagrado por entero a partituras de Maurice Ravel. De todo ello, y de su reciente aproximación a las sinfonías de Anton Bruckner, conversamos con Treviño en esta entrevista que tuvo lugar en el Kursaal de San Sebastián.
Escuchando estos días su aproximación a las sinfonías de Bruckner debo decir que me ha sorprendido el enfoque, de una monumentalidad más contenida, buscando un sonido más ágil y flexible, a veces de tiempos sorprendentes, inusitadamente
Sabe, hoy en día es imposible enfrentarse a las sinfonías de Bruckner sin tener presente a Celibidache. Y esto no es que represente un problema; la tradición está ahí, hay que conocerla, estudiarla, respetarla, pero no siempre es lo más fiel a lo que encontramos en la partitura. El Bruckner de Celibidache es fascinante pero no representa un ideal. En mi aproximación a las sinfonías de Bruckner he querido partir de cero, leerlas como quien abre un libro por primera vez. En este sentido, busco un sonido flexible, ágil, de tiempos tan marcados e intensos como Bruckner indicó en la partitura, ni más ni menos. En la interpretación musical siempre hay un margen donde los artistas ponemos algo de nuestra parte, pero siempre debe ser a favor de la obra, nunca en contra de las indicaciones de su autor.
¿Tenemos de Bruckner una impresión errada, entonces, su legado nos ha llegado condicionado por lecturas tan personales como la de Celibidache?
Seguramente hay un problema con el modo en que hemos trasladado el legado de Bruckner, generación tras generación. Por ejemplo, cuando hablamos de Beethoven, uno tiene en mente a Haydn y Mozart como sus referentes; en el caso de Brahms, sus referentes serían Beethoven y Cherubini, por ejemplo. Pero en el caso de Bruckner se ha difundido la idea de que sea un continuador sinfónico de la obra de Wagner y esto no es así. Bruckner mostró mucho interés en la obra de Wagner, por supuesto, pero su verdadero referente no era otro que Johann Sebastian Bach. Y esto es importante a la hora de valorar el reto interpretativo que Bruckner supone para una orquesta, porque no hay un precedente en el que apoyarse. Una orquesta sinfónica no está familiarizada con la obra de Bach, que es el verdadero legado del que parte la obra de Bruckner. De ahí que a menudo escuchemos la obra de Bruckner más cerca del universo sonoro de Mahler o incluso de Strauss que en relación con esas raíces en Bach. Lo cierto es que Mahler tiene mucho que ver con Bruckner, que fue su maestro, pero no al revés. Mahler tiene sentido después de Bruckner, pero no la inversa. En todo caso, lo fascinante de todo esto es que se trata de una exploración continua, al menos así lo estoy viviendo y planteando estos días con Euskadiko Orkestra.
Acaban de publicar un álbum consagrado a Ravel, en el sello Ondine. Dígame, ¿por qué Ravel ahora y por qué con Euskadiko Orkestra?
Es ya mi cuarta temporada con Euskadiko Orkestra, aunque llevamos ya seis años trabajando conjuntamente. En mi primer programa con ellos, en marzo de 2016, ya interpretamos los Valses nobles et sentimentales de Maurice Ravel. Tengo la impresión de que hay una conexión honda y genuina entre la obra de Ravel y la Euskadiko Orkestra. Durante estos años he intentado aproximarme a lo que significa ser vasco, en el sentido más amplio de la expresión. El país, su lengua, su cultura, sus raíces, su música, sus gentes... sus problemas. Es una identidad de una enorme riqueza y complejidad, realmente me fascina. Lo cierto es que poco a poco he ido encontrando conexiones entre la música popular vasca y algunas partituras de Ravel. Su música, a veces tan sensual y seductora, tiene sin embargo un corazón muy directo, la superficie francesa esconde un corazón vasco.
¿Esa sería, pues, la tesis principal de este álbum?
Sí, de algún modo sí. Con este álbum hemos querido reivindicar las raíces vascas de la música de Ravel. Y esto es algo que solo Euskadiko Orkestra podía decir con su interpretación, en este disco. La música de Ravel es de algún modo como las gentes vascas, que viven a idéntica distancia del mar y de la montaña, con una naturaleza que seduce pero impone, que es hermosa pero severa. Le confieso que por fin he entendido la música de Ravel precisamente al aproximarme a ella desde lo vasco. En mis años de estudiante nunca terminé de entender cuál era el alma de sus piezas y finalmente lo he encontrado aquí, trabajando con Euskadiko Orkestra.
¿Están planeando ya el próximo trabajo discográfico con Euskadiko Orkestra?
Sí, vamos a dedicar un álbum a la obra de compositores norteaamericanos desconocidos y olvidados del siglo XIX, como Charles Martin Loeffler, Howard Hanson, Henry Cowell y Carl Ruggles. Lo interesante del caso es que en un determinado momento Estados Unidos se convirtió en un país receptor de grandes compositores europeos, como Bela Bartók, Igor Stravinsky, Edgar Varése... y todos ellos tomaron elementos de esa cultura musical norteamericana que se había desarrollado y que hoy ha quedado olvidada casi por completo. Y este camino de ida y vuelta, este trasvase de influencias es algo que quería poner de relieve con este álbum junto a Euskadiko Orkestra, que verá también la luz en el sello Ondine.
Su trabajo con Euskadiko Orkestra deja ya probadas muestras de sus buenos resultados. Son ya cuatro años in crescendo.
Gracias por la apreciación. Estamos contentos, aunque sabemos que queda mucho trabajo por hacer. Compartimos un mismo espíritu de trabajo, una misma ambición. Formamos un gran equipo de trabajo y tenemos claro que tenemos entre manos un proyecto único, singular, diferente creo al de cualquier otra orquesta en España y persiguiendo un alcance internacional que es ya un hecho. España ha hecho un gran trabajo con la música sinfónica en las décadas recientes. Hay grandes auditorios, hay muchas orquestas públicas... Pero quizá faltan proyectos con una personalidad propia y reconocible. Esto es algo que siempre me dijo mi maestro Rafael Frühbeck de Burgos. No se trata de llegar a tocar en la Philharmonie de Berlín, se trata de hacer algo que nadie más haga. Es una cuestión de proyecto, de espíritu, no de metas concretas. El proyecto es el camino, esto es algo que tuve muy claro cuando llegué a Euskadiko Orkestra hace cuatro años. Yo señalé un camino y los músicos me han seguido. De no haber sido así, el reciente encuentro con Semyon Bychkov, por ejemplo, no hubiera funcionado. Es relativamente fácil -en realidad no lo es, pero entiéndame- invitar a un maestro de su talla, lo complicado es estar a su altura. Y Euskadiko Orkestra está ahora mismo a ese nivel, por su sonido, por su actitud, por su ambición. Y todo esto con un proyecto que es capaz de dar respuesta a una cuestión mayor, de la que hablábamos antes: ¿qué significa ser vasco? Con Euskadiko Orkestra estamos dando una respuesta ese interrogante, a través de la música.