Javier Otazu. La novela se desarrolla en tres momentos distintos, todos relacionados con la trayectoria personal de Uribe: su infancia en Ondárroa y Bilbao, su traslado a Nueva York con su familia en 2018 y la vida de la histórica feminista americana Rosika Schwimmer, a la que "conoció" gracias a una beca que le concedió la Biblioteca Pública de Nueva York.
Schwimmer, una sufragista y pacifista, que allá por 1918 fletó un barco para tratar de parar (sin éxito) la Primera Guerra Mundial, "dormía" en 176 cajas de documentos recolectados por una bibliotecaria neoyorquina que planeaba escribir su biografía pero murió sin hacerlo.
Entonces -relató hoy Uribe a Efe- él descubrió todo aquel legado dejado por dos mujeres y se propuso "resucitarlo", pero en lugar de retomar simplemente una biografía de aquella feminista, le salió un libro más personal, donde vierte "en un juego de espejos" una gran parte de lo que él mismo fue y lo que ahora es.
El autor, uno de los más conocidos escritores en lengua vasca -su novela Bilbao-Nueva York-Bilbao, premio nacional de Narrativa en 2009, ha sido traducida a veinte idiomas- rememora en su nuevo libro su infancia en aquel Bilbao de los años ochenta azotado por la reconversión industrial, las drogas y la violencia política, pero en el que bullía una gran creatividad y mucha energía.
En ese caldo de cultivo de gran tensión, las mujeres vascas lograron romper muchos de los corsés en los que vivían "aprendiendo a leer y a pensar de otra manera", y Uribe recuerda cómo una de sus tías, de las primeras feministas de la ciudad, lo llevó a una manifestación por el aborto libre, un tema que -reflexiona- no deja de estar de actualidad ahora mismo en Estados Unidos.
LA CIUDAD QUE LO ACOGIÓ
Pero la novela también tiene mucho de neoyorquina porque relata la vida de Uribe de ahora mismo, con dos hijas que llegaron niñas a la Gran Manzana y ahora entran en la adolescencia, sin perder por ello sus raíces vascas.
Nueva York -dice el escritor- "es una ciudad dura, pero que te da mucho, con mucha gente que tratar de hacer la vida mejor a los demás", y que al mismo tiempo "propicia la creatividad, la voluntad de hacer las cosas desde otro punto de vista, de hacerlo diferente".
Así, recuerda cómo le fue concedida su beca: con el único compromiso de que fuera a trabajar en su edificio y que escribiera, sin comprometerse a publicar nada ni a entregar nada en fecha ninguna. "Porque creen en ti y confían en ti, algo que admiro", insiste.
Por ello, al terminar la primera beca, consiguió una segunda, y más tarde encontró trabajo como profesor en un máster de Escritura Creativa -un espacio "donde aprendo mucho de mis estudiantes", apunta-, que le permite tener seis meses libres al año para seguir escribiendo, sea novela o poesía.
EL EUSKERA COMO REFUGIO
A Kirmen Uribe no le incomoda el hecho de vivir en una ciudad donde casi no hay hablantes de euskera fuera de su propio hogar. "Esto me permite refugiarme en mi lengua y navegar con ella, como un mundo oculto que yo tengo", recuerda.
Además, ya no siente personalmente preocupación por la salud del euskera: "Hay una enorme creatividad, en música, cine, literatura. Ahora la mayoría de jóvenes lo conoce, más de los que nunca hubo, aunque queda por avanzar en su uso, un uso que hay que promocionar", subraya.
Uribe, nacido en Ondárroa en 1970, euskandún de nacimiento, pertenece a la primera generación vasca que hizo toda su formación escolar en euskera, y que creció al mismo tiempo que la lengua crecía "de la casa a la escuela, y de ahí al instituto y a la universidad", subraya.
Las hijas de Uribe corretean por las galerías del antiguo teatro, "son neoyorquinas sin dejar de ser vascas", dice su padre. La familia no tiene prisa por regresar al País Vasco. "Estoy en la onda de abrirme paso y escribir desde aquí", concluye. EFE