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Vuelvo a mis ancestros

06/18/2018

Desde una tierra que se extiende al norte y al sur de los Pirineos Occidentales, entre los ríos Adour (Atturri) y Ebro, llamada Euskal Herria, donde vive desde tiempos inmemoriales el Pueblo Vasco hablando su idioma originario, el euskera, miles de vascos emigraron a lo largo del siglo XIX y primera mitad del siglo XX hacia América y en primer lugar, en cuanto a número a nuestra Patria Argentina.

A lo largo de los siglos, el Pueblo Vasco ha desarrollado su vida, basándose en cuatro pilares fundamentales:

*El amor a la Tierra (lur), a la Casa (etxe), a la Familia (sendi) al Apellido (abizen).

Estos valores ético-morales, los llevaron los Vascos allí donde emigraron, por ende también a Argentina.

El emigrado vasco, muy pronto se gana el respeto y el aprecio del argentino, del criollo. Escribe Vicente de Amézaga:  “El prestigio de lo vasco en Argentina se lo ganaron aquellas vascas y aquellos vascos que llegaron a las playas argentinas, sin más armas  en sus manos que el trabajo”.

Infatigables, alegres, alrededor de una mesa bien servida, leales en la amistad, dueños de una palabra que los definió y que nos honra: “Palabra de Vasco” (Mikel Ezkerro).

Muchas veces quise expresar mis sentimientos cuando en mi casa se hablaba de la familia vasca. Me costaba decir cuáles eran esos sentimientos. Pues si bien era yo descendiente de tercera generación, en la familia casi los mayores vascos habían desaparecido, y por tanto los lazos con los ancestros eran sólo de tradición oral. Pensaba en ellos, porque tenía la esperanza de alguna vez encontrar y hablar con los que quedaron en Euskal Herria o sus descendientes y mi sentimiento valiente aumentaba mis deseos y me hacía feliz.

En mi ser, se producían básicamente dos elementos: ideas y sentimientos. Ambos están íntimamente relacionados y son inseparables. Las ideas tienen un componente más racional y los sentimientos tienen una dimensión emotiva. En cualquiera de los dos casos, un sentimiento es una vivencia afectiva que produce en mí un estado positivo y de entusiasmo.

Muchas veces las emociones se transforman en sentimientos, son similares a la emoción,  si bien es breve, a veces el sentimiento es más duradero.

Y hablándome para mis adentros me dije: ¿Cuáles serían mis emociones si los encontraba?

Esas emociones hicieron que en mí hubiera gran capacidad de sentir y preocuparme. Y con solo pensar, esas inquietudes hacen que la vida valga la pena vivirla y me ponga en marcha.

Con una amiga de Luján, más vasca que yo, compartí lo que me ocurría, y sus palabras fueron: ¡Vamos a buscar tu pasado! ¡Esas palabras me permitieron iniciar la aventura sintiéndome muy feliz!

Por medio de una página de la colectividad avisé que yo viajaría a Euskal Herria en setiembre de ese año (2012) y puse el siguiente mensaje: "Si en algún lugar de ese país hay alguien con relación a mis apellidos: Ansalas, Sansinena (en Etxalar o su zona); Aguirrebalzategui, Ygartua (en Oñati o sus alrededores) y piensan que podemos tener nexos entre nosotros y quieren encontrarme y conversar conmigo, queridos familiares o amigos, voy a estar alojada en los siguientes hoteles y ciudades", cuyos teléfonos coloqué para contactarme.

Con Ana salimos muy ilusionadas de Buenos Aires y en Donostia-San Sebastián, el primer lugar que tocamos, recibí en el hotel el llamado de una señora que tenía mis apellidos primeros, y me dijo: "Esta noche, cerca de las 20:00 espérame en el hall del hotel porque deseo verte y conocerte".

Las palabras no me salían por la emoción; mi garganta parecía que había endurecido y con gran alegría le dije que la esperaría.

Entró con su esposo en el hall, su porte y sus facciones me eran familiares, los abrazos y los besos hicieron que fueran los que a mi abuela y mi madre les hubiera agradado darles. Charlamos animadamente sobre la aventura que había iniciado, y con el esposo y mi amiga, especialista en genealogía, cotejamos ambos árboles y vimos que teníamos conexión en la cuarta generación.

Mi alegría y mi emoción movieron mi corazón, las lágrimas borraban mis dudas y todo mi ser andaba en un ligero y alegre movimiento. Esto me permitía navegar en el pasado que escuchaba en mi casa.

Le dije a mi amiga Ana: "¡Son mis ancestros quienes están experimentando estos sentimientos, estén donde estén!"

Había vuelto al País Vasco. Era un sentimiento positivo que hacía que pudiera saber quiénes vivían en el pueblo de mi bisabuelo.

Fuimos a cenar a un restaurante en el Peine del Viento de Donostia y desde ahí María José se puso en contacto con los familiares, avisándoles de mi llegada y el día en el que estaría por el pueblo.

Viajar a Etxalar era como ir en una nube. Llegamos a ese pequeño pueblo de la merindad de Pamplona, junto a los Pirineos.

Estaba Salvador, el otro familiar, esperándonos en la  plaza; volvía a vivir las emociones y el corazón a marchar en forma forzada. Nos presentó otro familiar, Juantxo, y juntos todos recorrimos el pequeño poblado, la casa donde nació mi bisabuelo, que está restaurada y habitada por la hija de uno de ellos.

Como visitante fui a saludar al cura, quien nos mostró muy afablemente la capilla. Luego yo me llegué hasta el cementerio y lo visité. Cada tumba tenía en su placa alguno de nuestros apellidos, y lo que más abunda en él son las estelas, los antiguos monumentos funerarios usualmente monolíticos con inscripciones, en forma de lápida, que se erige sobre el suelo.

Nos agasajaron con una bebida y enseguida debimos regresar, pues el pueblo no tiene ningún tipo de conexión, se debe llegar en forma particular. Nos despedimos, pero nuestros rostros estaban bañados de lágrimas, pues pensaba yo si alguna vez volvería. Y llevaba en mis pupilas los colores de los árboles, de las flores de los jardines, la caída cantarina del río que cruza el pueblo, las características viviendas y las facciones y el cariño de mis familiares.

Seguimos viaje por el resto del País Vasco sin poder llegar a la ciudad donde mi bisabuela había nacido. Me dije "no importa, pronto volveré y con más tiempo".

Este regreso aparte de mis ancestros hizo que viviera emocionada hasta el día de hoy. Estamos en comunicación y si la recuperación de mi accidente me lo permite, creo que volveré en breve.

¡Laster arte (hasta pronto), País Vasco!



Maria Teresa Vallet

Maria Teresa Vallet

Descendiente de tres ramas vascas que llegaron a Argentina a fines de 1770-1800, solo conoció a una abuela, que viajó dos veces al pueblo de su madre, Oñati (Gipuzkoa). La recuerda compartiendo relatos, regalos y chistes que hacían gratas las tertulias familiares. Desde chica la educaron en el amor a su origen vasco y en la preocupación por lo que allá pasaba, en momentos difíciles enviaban encomiendas y recibían con gran emoción las cartas que alimentaban lazos familiares. Socia del Zazpirak Bat de Rosario, hoy es docente jubilada del CONICET, sección de educación. Ejerce con placer de abuela y procura enseñar lo que sabe a los chiquillos que van entrando en la familia y su esperanza es poder viajar en un futuro más bien cercano a esa tierra que sus mayores le inculcaron y de cuya cultura e imaginario se sabe parte.

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